31.1.13

...la fisura misma de lo simbólico...

Allá (Roland Barthes)
Si quiero imaginar un pueblo ficticio, puedo darle un nombre inventado, tratarlo declaradamente como un objeto novelesco, fundar una nueva Garabagne, sin comprometer así ningún país real en mi fantasía (pero entonces esta misma fantasía es la que comprometo en los signos de la literatura). También puedo, sin pretender en absoluto representar o analizar la menor realidad (he aquí los gestos mayores del discurso occidental), tomar de alguna parte del mundo (allá) un cierto número de rasgos (palabra gráfica y lingüística) y con esos rasgos formar deliberadamente un sistema. A este sistema lo llamaré: el Japón. Oriente y Occidente, por tanto, no pueden tomarse aquí como "realidades", a las que se intentaría aproximar y oponer histórica, filosófica, cultural y políticamente. No miro amorosamente hacia una esencia oriental, el Oriente me es indiferente, me proporciona tan sólo una reserva de rasgos cuyo despliegue, el juego inventado, me permite "acariciar" la idea de un sistema simbólico inaudito, totalmente desprendido del nuestro. A lo que puede tender, en la consideración del Oriente, no es a otros símbolos, otra metafísica, otra sabiduría (aunque esto pudiera parecer muy deseable); sino a la posibilidad de una diferencia, una mutación, una revolución en la propiedad de los sistemas simbólicos. Sería necesario que un día se hiciese la historia de nuestra propia oscuridad, manifestar lo compacto de nuestro narcisismo, volver a evaluar a lo largo de los siglos cualquier pauta de diferencia que a veces hayamos podido oír, las recuperaciones ideológicas que se han sucedido indefectiblemente y que consisten siempre en aclimatar nuestro desconocimiento de Asia gracias a lenguajes conocidos (el Oriente de Voltaire, el de la Revue Asiatique, el de Loti, o el de Air France). Hoy sin duda quedan miles de cosas por aprender del Oriente: un enorme trabajo de conocimiento es y será necesario (retrasarlo no puede ser más que el resultado de una ocultación ideológica); pero es preciso también que, aceptando dejar de un lado y de otro inmensas zonas de sombra (el Japón capitalista, la culturización americana, el desarrollo técnico), un tenue hilillo de luz busque, no ya otros símbolos, sino la fisura misma de lo simbólico. Esta fisura no puede aparecer a la altura de los productos culturales: lo que aquí se pretende no es propio (por lo menos así lo deseo) del arte, ni del urbanismo japonés, ni de la cocina japonesa. El autor no ha fotografiado jamás, en ningún sentido, el Japón. Más bien ha sido lo contrario: el Japón lo ha deslumbrado con múltiples destellos; o mejor aún: el Japón lo ha puesto en situación de escribir. Esta situación es, en sí misma, el lugar donde se opera un cierto estremecimiento de la persona, una inversión de las antiguas lecturas, una sacudida del sentido, desgarrado, extenuado hasta su vacío insubstituible, sin que el objeto nunca deje de ser significante, deseable. La escritura es, en suma, a su manera, un satori: el satori (el acontecimiento Zen) es un seísmo más o menos fuerte (en ningún momento solemne) que hace vacilar al conocimiento, al sujeto: realiza un vacío de palabra. Y es también un vacío de palabra lo que constituye la escritura; en este vacío tienen su origen los rasgos con los que el Zen, en la exención de todo sentido, escribe los jardines, los gestos, las casas, los aromas, los rostros, la violencia.

21.1.13

Flecha del tiempo

Una parva de sonidos-forma. Hay que crearlos de manera que no respondan a una clasificación evidente y desmontable en piezas muy rápido. Hay que ganar tiempo. Tiempo es el tiempo de andar buscando rastros por ahí. Las búsquedas aplacan las búsquedas que emprendemos para vivir componer y no pueden terminarse de corrido, en un ataque fugaz, furioso, intenso, superficial, místico o lo que sea. Las cosas son así y tiempo es lo único que hay para medir.

2.1.13

Extrañas variaciones ... (Acta levantada sobre el interrogatorio a J.S. Bach por no presentarse a tiempo a su trabajo de organista)

Acta levantada el 21 de febrero de 1706 (Bach tenía 21 años) Comparece ante Nos el organista de la Iglesia Nueva, Bach. Se le pregunta dónde ha estado últimamente tanto tiempo y quién le dio licencia para ausentarse de su cargo. El: Dice que estuvo en Lubeck, para imponerse allí acerca de diversas cuestiones relacionadas con su arte, y que, antes de ausentarse, solicitó y obtuvo licencia del señor Superintendente. El Dominus Superintendens: Manifiesta que sólo le concedió licencia por cuatro semanas, habiendo, sin embargo, el organista, permanecido ausente cuatro veces más del tiempo señalado. El: Alega que, habiendo dejado a cargo del órgano a una persona que pudiera atender a sus funciones, confiaba que lo haría de tal modo, que no hubiese lugar a ninguna queja. Nos: Le hacemos ver que, en su actuación anterior, el organista Bach introducía en el coral muchas extrañas variaciones y muchos tonos ajenos a la melodía, sembrando con ello la confusión entre los feligreses. Que, en lo sucesivo, cuando quiera introducir un tonum peregrinum, debe desarrollarlo, y no pasar bruscamente a otro, o incluso, como ha solido hacerlo hasta ahora, atacar un tonum contrarium. Es asimismo harto sorprendente que, hasta ahora, no se haya hecho nada de música, de lo que es culpable él, ya que no quiere comportarse con los alumnos como es debido, pues no les explica si se propone tocar, con ellos, música choral o figural. Se le hace saber que no es posible ponerle un maestro de capilla. Si él no quiere encargarse de esto, debe decirlo categóricamente, para que otro lo haga y para que pueda nombrarse a quien asuma estas funciones. El: Manifiesta que, si se le pone un buen maestro, tocará como es debido. Resolvitur: Deberá explicarse en término de ocho días. Eodem: Comparece el alumno Rambach y se le hacen saber las quejas que hay por los desórdenes ocurridos anteriormente en la Iglesia Nueva, entre los alumnos y el organista. Ël: Declara que el organista Bach, primero, tocaba durante un tiempo excesivamente largo y que, cuando el señor Superintendente se quejó de ello, cayó en el extremo contrario, tocando con excesiva brevedad. Nos: Le preguntamos si es cierto que el último domingo, durante el sermón, se fue a la taberna a beber. Ël: Manifiesta que está arrepentido de ello, que no volverá a suceder y que ya los señores eclesiásticos le han reprochado duramente este proceder. Alega que el organista no tiene razón para quejarse de él como director, pues no ha sido él, sino el joven Schmidt, quien ha dirigido. Nos: Le hacemos saber que en lo sucesivo, deberá comportarse de un modo muy distinto y mejor que hasta aquí, pues de otro modo le serán retirados todos los beneficios que viene disfrutando. Si tiene algo que alegar contra el organista, debe aducirlo donde corresponde, y no tomarse la justicia por su mano, sino conducirse de modo que no dé lugar a quejas, como así lo promete. Se notifica al Conserje que comunique al Rector la decisión de que Rambach pase en la cárcel dos horas durante cuatro días seguidos. [Phillipp Spitta, J.S. Bach]