9.1.19

Pablo Grasso escribe sobre nuestra experiencia de la Orquesta Oculta

Mientras reviso papeles de los talleres de LECTURAS SILENCIOSAS (tercer año, Biblioteca San Martín, Mendoza) llega una interpretación hermosa escrita y "vivida/oída/sentida" por PABLO GRASSO.


(Foto: Claudia Fava)

(ORQUESTA OCULTA: Andrés Musolino, Liliana Tolaba, Martín Reynals, Marcelo Velit, Leopoldo Rodríguez, Gabriel Ugrin, Pablo Grasso, Ernesto. Invitadas especiales: Luz Casares, Celina Jury, Myriam Belfer. Gráfica gestual: Lola Márquez. Diseño sonoro: Gabriel Cerini)

(fuente: LA INTEMPERIE REVISTA: https://laintemperierevista.wordpress.com/2019/01/08/apuntes-para-una-orquesta-oculta)

Apuntes para una Orquesta Oculta
8 ENERO, 2019 ~ LA INTEMPERIE
Apuntes para una Orquesta Oculta
Por Pablo Grasso

Escribir[1] dejándose llevar por los sonidos que producen los dedos sobre el tablero. ¿Se trata de algo nuevo, inaudito? No podría decirlo en este momento, ni declararme a favor ni en contra. Pero, tranquilo, hay tiempo y aún queda suficiente hilo en la madeja. La urgencia todavía no se manifiesta como una amenaza concreta verdadera. No insiste al estilo de un viejo acreedor malhumorado. Observa. Hace números. Vigila.

Acecha.

Quizá se trate de un engaño o de una simple ilusión óptica producida por el cansancio ocular, pero el monitor se dilata hasta desbordar los límites de su perímetro… Abre sus fauces como si se tratara de una “partitura” en estado salvaje que, extraña y enigmática, adquiere profundidad amparándose en la oscuridad alegórica de la habitación.

Es de noche y, si no lo fuera, tendría que inventarla ya mismo.

§

Por extraño que parezca, experimento la misma paz embrutecedora, la misma calma animal que me invade en el cine cuando está por comenzar una película cuyo argumento central desconozco. Mi conciencia se infantiliza. Pierde peso. Flota.

Me dejo arrastrar.

§

Otro paisaje, otra dimensión suplementaria se abre al tiempo que avanzo seducido por lo que no sé; vale decir, por el capital especulativo de mi ignorancia puesto en juego. Por eso retrocedo volviendo al punto de partida, aturullado por unos torpes prejuicios estéticos que en nada ayudan. Luego escucho las grabaciones de los ensayos[2] con la Orquesta Oculta y me pregunto si, en el fondo, no se trata del viejo arte de la Música presentado -representado- bajo otro embalaje, uno que guarda una poderosa bomba de relojería en su interior. Sus ejecutantes, que el lugar común denominaría músicos, no dejan de parecerme figuras poseedoras de un extraño secreto (esta perplejidad, este error de idealismo perspectivo, demuestra claramente mi condición externa al grupo).

Me estabilizo en un intento de mantener cierto rigor notarial. Escribir sobre esta experiencia, me digo, es de algún modo una tentativa de desarrollar un concepto musical increado. Rechazo la idea de que la literatura sea una forma de profilaxis total, ajena a la intemperie del mundo. Hay cosas que la atraviesan cuestionando el confort de su estatuto totalizante. Por eso no hay como el oído para guiar mis pasos…

Al menos por ahora, en este instante de tregua momentánea, habrá que hacerlo y rápido. ¿Qué? Escribir. Oír (¿lo mundanal ruidoso?) en el mundanal ruido.

Cambiar de filias y rencores.

Abandonar.

Desaparecer.

Descolocarse.[3]

§

Arrugadas. Sucias. Manchadas. Plegadas sobre sí mismas, crispadas, casi vegetales en su aspecto exterior; como exponentes de una botánica monstruosa, las manos reciben una serie de órdenes-mensajes provenientes de una instancia superior que se muestra perpleja ante lo desconocido (mucho de lo que acontece y acontecerá en el transcurso de la Sesión[4] excede su jurisdicción). La razón es un fantasma cuya fuerza se diluye a cuentagotas sobre una mortaja virtual a la espera un protagonismo imposible.

Como una red invisible, el procesador de textos atrapa la deriva pánica de los signos; quedan inmóviles como peces monocromáticos dentro de una pecera. El monitor ha detenido momentáneamente su desmadre, y de ese hecho infiero a la vez una realidad y un peligro: he extraviado mi rumbo y estoy oyendo sin oír. La analogía inmediata que se me ocurre con respecto a la escritura es la de alguien que escribe sin percibir del todo la hechura de su propio texto. Alguien que, como en los antiguos cuentos infantiles, extravía o, peor, malvende su sombra a un poder infernal.

§

Se está todavía a tiempo de abandonar la empresa, de decir que no, que después, que en otro momento y en una mejor ocasión. Es la tragedia de un órgano –el oído- que no posee párpados. Ser avasallado, asaltado impunemente. ¡Violado!

Empieza. Siempre empieza, la música mala…

“He aquí una actitud heroica en tiempos de sugestión canalla”, escribo en pleno éxtasis de codificación. Las palabras en el monitor son notas; las notas, huellas inclasificables que mi escaso conocimiento en la materia insiste en confundir alterando el sentido global del texto.[5] ¡Qué fácil sería llevar esto al plano de la literatura con todo su arsenal metafórico, con sus símiles recurrentes! Pero prefiero el aturdimiento, el no poder decir nada desde una lengua seca.

§

Los sonidos que proyecta la Orquesta Oculta circulan por el canal auditivo adquiriendo el ritmo necesario para la estabilidad mnemotécnica. Se está o, mejor, se cree estar compensado en una suerte de inmovilidad dinámica, donde lo sucedido (el golpe seco de una cuchara de plástico sobre una tanza unida a una lata de picadillo de carne cuya base está atornillada a una pequeña madera rectangular) se duplica como en un juego enfrentado de espejos. [6]

§

Anoto en mi celular:

Ruidos. Ruidos. Ruidos.

¿Notas?

-Diapasón absurdo-.

Ruidos excluyentes, abarcativos. Infinitos.

Ruidos sin intimidad (sin psicología).

¿Música? Empalme de sonidos chirriantes, melodramáticos. ¡Patéticos!

Ruidos imperiales, de dominación mecánica transhumana.

Ruidos que penetran la superficie de la percepción hasta dañarla.

-Ruidos del Nuevo Orden Mundial-.

Ruidos de caños, de papeles, de bolsas de arpillera, de botellas de vidrio, de maderas astilladas (naturaleza muerta).

Choque de partículas subatómicas.[7]

Pecios atonales que, luego de una larga peripecia atmosférica, encallan en la isla auditiva más cercana.

Ruidos blandos & duros, muelles & cortantes.

Ruidos de confusa sobredeterminación genérica.

Camalotes de botellas de gaseosas anónimas de toda territorialidad.

………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………///

[…]

Abismos ininteligibles entre una expresión sonora & otra.

/L. sopla su cornucopia de fabricación industrial; parece un fauno algo desnutrido en medio de un cataclismo.

¡Larga vida al pebe, frate!/

¡Wagner de tripa! Llegan las Valquirias con su ornato espantoso.

//M. ulula muy dentro de sí; diasporiza sombras. //

///Detrás del grosor de sus anteojos, C. cartografía un territorio en continua transformación (volver luego sobre esta idea).///

Puertas que se abren; trenes que pasan a lo lejos; choque frontal entre las fuerzas represivas & manifestantes de rostro velado; blockout; sinfonía de industrias en quiebra; depósitos ardiendo en poblaciones menesterosas; espaaaaaaaaaaaaaasmos de las sinapsis narcotizadas; la respiración de un animal moribundo, prehistórico.

De pronto, la presencia del agua –la imagen intraconsciente de una piedra provocando ondas concéntricas en todo tiempo & lugar.

El aire se llena de ruidos vagamente cotidianos que componen el soundtrack glorioso del fin de la especie.

¡Campanas…!

¡Campanas…!

¡Campanas…!

¡Shhhhhhhh…!

[…]

§

La percepción del tiempo, gusano interminable, se difumina volviendo tediosa cualquier tentativa de parcelación. Si bien se perciben ciertos eventos sonoros como vividos en un determinado contexto y bajo una particular subjetividad, éstos resultan de una rara novedad para la conciencia que termina girando en falso en un ámbito hostil.

Una plataforma de silencio.

Mis dedos, decía, tejen el recuerdo de una experiencia que, como una cicatriz quelonia, aún persiste en el cuerpo. Una marca sonora semejante a un vagido reverberando contras las paredes de una oscura sala de parto.

§

El modo didáctico de Gabriel Cerini[8] es el de un maestro lateral. Enseña alejándose de todo tipo de centralidad docente. Sospecho en él una relación con el alumno en donde la experiencia personal y el azar constituyen una forma de pensar también la política: un estar desmarcándose todo el tiempo de las expectativas, tanto propias como ajenas.

§

La manipulación de los materiales, la búsqueda de sus distintas sonoridades, hacen de estos “instrumentistas” raros alquimistas del desecho (pienso en la deriva ciruja de una vieja amiga anarquista que no despegaba los ojos del suelo buscando objetos a los cuales transformar).

§

Abstrayéndolos entre dos planos -vertical y horizontal-, los participantes de la Orquesta Oculta adquieren la gracia pictórica de Las espigadoras (1857), el famoso y en su momento controversial cuadro de Jean-François Millet. Hay una suerte de ascesis (?) accidental en el acto de agacharse y seleccionar los materiales dispersos por la sala de ensayo. Se diría que uno retorna a la verticalidad con una visión más amplia -más generosamente ecuménica- del entorno y de sí mismo. Inmersión precaria en lo ruidoso y, sin embargo, inmune a la posibilidad de un giro metafísico.

§

A propósito de una imagen auroral: presencio la vista aérea de una megalópolis nocturna.[9] Los puntos de ingreso y egreso a esta Ciudad se intuyen infinitos e imposibles de traducir al lenguaje verbal. Acaso a través de esta expresión sonora se manifieste una cierta vigilia descentrada común a la especie y olvidada en nombre de una normalidad perceptiva.[10]

§

De pronto tengo conciencia de haber atravesado cierta frontera (las expresiones “surco sonoro” y “meseta represiva” se repiten como estribillos siniestros). Devengo extranjero en una geografía que bien podría pertenecer a una pintura del expresionismo abstracto traducida, claro está, a lo musical (pienso, por ejemplo, en los planos bermellones de Mark Rothko): hilachas dramáticas, tensiones y distensiones en torno a un núcleo vivo de sonido. De algún modo, mi experiencia con la mezcalina (Echinopsis terscheckii) y, sobre todo, con la ketamina pareciera habilitar un campo de percepción sumamente fértil para las asociaciones descolocadas. Es por eso que esto tiene visos de ser un retorno al antiguo pago psicodélico de mi juventud.

§

¿Podría ser este magma sonoro el filón oculto de una lengua pre-babélica?[11]

Archipiélago Sur,

14 de diciembre de 2018.

[1] Escribir para saber –entonces- qué se escribe.

[2] Para una idea más acabada de lo que ocurre durante una sesión de las Lecturas Silenciosas, recomiendo la escucha atenta de uno de sus ensayos en https://survector.bandcamp.com/track/last-assay-before-performance.

[3] Como es de público conocimiento, el dictum del oscurantismo progresista viene marcando la agenda política/estética contemporánea. Silencio y discreción*, entonces, para el libertario arte de la sátira… El resultado es, fatalmente, obligatoriamente, una producción textual pergeñada a la carta, muy a gusto con las posturas timoratas de la época. Parece olvidarse que, en la lucha encarnizada contra el Poder, los fueros salutíferos de la risa han sido fundamentales contra la amenaza de embastillar la imaginación.

*–esos modos taimados de la supervivencia-

[4] Si un texto –y esta crónica lo es- puede ser definido como un artefacto verbal capaz de transmutar la experiencia personal y colectiva en un deliro lúcido maleable, esta Sesión está constituida por la sumatoria de micro-registros realizados cada vez que, bloc de notas/celular en mano, concurrí al taller de Lecturas Silenciosas dictado por Gabriel Cerini en la Biblioteca Pública General San Martín de Mendoza.

[5] Aturdimiento que, con el correr del tiempo, fue diluyéndose en una vaga noción de qué hacer frente a los objetos sonoros y cómo actuar siguiendo las directrices laterales de Cerini.

[6] Luego de releer la descripción anterior me atrevo a formular la siguiente hipótesis: el Conde de Lautréamont, al describir algo tan “bello como el encuentro fortuito entre un paraguas y una máquina de escribir sobre una mesa de disección”, se estaba refiriendo sin lugar a dudas a un objeto musical, una suerte de Frankenstein sonoro semejante a los utilizados por Cerini y sus alumnos.

[7] Dispersión premeditada de los materiales… Luego descubriré que los movimientos llevados a cabo por los ejecutantes, tanto grupal como individualmente, describen una extraña coreografía no exenta de belleza.

[8] Mendoza, 1954. Estudió flauta traversa en la Escuela de Música (UNCuyo). Autor y compositor, desarrolló música para teatro, cine, espectáculos multimediales y performances. Se graduó como especialista en Nuevas Técnicas de Composición Musical en la Escuela Superior de Música y Teatro de Hamburgo, Alemania. Algunos de sus “apuntes” teórico-prácticos pueden encontrarse en mambobubu.blogspot.com

[9] Nota marginal para un ensayo literario: el posible mapa auroral de la literatura mendocina contemporánea sería, en lo aspectual inmediato, como el electrocardiograma de un difunto por el que se ha tenido cierto afecto y a cuyos parientes uno quisiera mantener bien lejos.*

* Hoy sobran sepulturerxs.

[10] ¿Me he convertido, gracias a esta experiencia junto a la Orquesta Oculta, en lo que generalidad llamaría un “músico”? ¿Hay atajos que me salven de volver a experimentar este Estado Temporario de Descolocamiento (ETD)? Espero sinceramente que no.

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